Hoy no hace falta salir a la calle para estar expuesto a toda clase de peligros. Basta con un ordenador y una conexión a la red. El ciberespacio supera en número de amenazas al barrio con la peor reputación del mundo. "En internet, todos somos víctimas potenciales", advierte Benjamín Blanco, inspector jefe de la sección de delitos tecnológicos de la Policía Nacional. Y dice más: "En la red hay muchas más víctimas de delitos que en la vida real". Son delitos con nombres como phishing, cyberstalking y spoofing de los que muchos usuarios ni siquiera han oído hablar.
El libro rojo del cibercrimen es el título de un útil volumen que Francesc Canals, director del Observatorio de Internet, ha elaborado a modo de diccionario para dar a conocer las múltiples formas de delito --también de abusos y malas prácticas-- que acechan en la red. El propósito de Canals es "definir los nuevos perfiles de amenaza" nacidos con la expansión de internet para, así, "fomentar una cultura de la defensa". El inspector Blanco señala que la ignorancia de lo que se oculta en el ciberespacio es el gran aliado de los delincuentes tecnológicos. "Hay, por ejemplo, muchos padres que nunca dejarían a sus hijos jugar solos en el parque y, en cambio, no les controlan cuando están frente al ordenador". Un grave error, sostiene, porque "los depredadores ya no están en los urinarios públicos o en las salas de juego, sino en internet".
Los delitos de índole sexual --de las extorsiones a la pornografía infantil, pasando por las venganzas sentimentales y la ciberprostitución-- ocupan un lugar destacado en El libro rojo del cibercrimen. No es extraño. En la presentación de la citada obra, Benjamín Blanco subrayó ayer que en los últimos años diversos estudios han situado a España en los lugares de cabeza en clasificaciones tan ominosas como la de número de consultas a páginas de pornografía infantil. El policía recordó que ya en el 2005 un informe promovido por la oenegé Anesvad apuntaba que solo los estadounidenses superaban a los españoles en este tipo de práctica.
Aun así, el ciberdelito más recurrente en España es el llamado phishing, una modalidad de estafa que consiste en pescar los datos de acceso de la cuenta bancaria de un usuario --que los revela al creer erróneamente que está en comunicación con su entidad financiera-- para acceder a ella y desviar los fondos existentes. Las víctimas del phishing no han dejado de crecer en España en los últimos años de forma desmesurada. En el 2007, la cifra de casos se duplicó respecto a la del 2006, año en el que habían aumentado el 398% respecto al 2005.
Extravagancias
El libro de Canals ofrece un repaso de amplio espectro. En él se habla de asuntos graves como el ciberterrorismo o los atracos de bancos on line --un tipo de delito que las entidades financieras no suelen hacer público para no sembrar dudas sobre su seguridad--, pero también de prácticas legales que, si acaso, destacan por su singularidad: entran en este capítulo iniciativas como los portales de contactos para perros --de gran éxito en China-- y las webs dedicadas a promover el androidismo, esto es, el sexo con robots.
También recoge algunas historias curiosas, como la del neoyorquino Dennis Hope, que en 1980 aprovechó un resquicio legal para reclamar la propiedad de la Luna y ahora se dedica a vender por internet parcelas en el satélite (con éxito notable). O la de un hombre de San Francisco que, víctima de un cáncer terminal, aprovechó la red para ofrecer entradas para su propio funeral, con derecho a una copa de vino, a cambio de 150 dólares. Recaudó 15.000 dólares.
El Periódico (10-04-2008)